El Taller de Corte y Pulido de Diamantes: otra joya en la historia de Ponce

2022-05-28 16:39:12 By : Ms. Betty Zhao

La llamada “Fábrica de Diamantes” era, como el mismo prestigioso mineral con el que trabajaban, algo deslumbrante, único hasta aquel momento, en un Puerto Rico fundamentalmente agrario y campesino.

Todo es hermoso y constante,

todo es música y razón,

y todo, como un diamante,

antes que luz es carbón.

A la familia Laboy-Pérez, quienes durante mi primera década en Ponce vivían en la calle A, hoy calle Perpetuo Socorro, de la urbanización Santa María en Ponce, con raíces familiares en el barrio Quebradillas de Barranquitas, con quienes parrandeé y reyeé alegremente durante varias navidades, con guitarras, güiros, panderetas y maracas familiares. En especial, a la memoria de doña Virginia Pérez y don Teodoro Laboy, a Teodorito Laboy Pérez, Miñita Laboy Pérez y Julito Santiago, con mi agradecido recuerdo.

Ponce, una ciudad relativamente joven si se le compara en edad, por ejemplo, con San Germán y con Coamo, ha sido “punta de lanza” en nuestra historia nacional.

Ha ido abriendo caminos con sentido y visión futurista. Una de tantas muestras -especialidad fina y particular- es el corte y pulido de diamantes. Y lo fue desde tan temprano como el año 1917.

Aquel taller, que llegó a tener reconocimiento a nivel internacional en esa industria, dejó su impronta en el nombre de la calle Diamante, donde estuvo ubicado, a la que se llega por la calle Washington, arriba a nuestra izquierda, la Escuela Barbosa y el antiguo Hospital San Lucas, y muere en la falda de El Vigía.

Allí está todavía el edificio que albergó lo que en Ponce se conocía como “La Fábrica de Diamantes”.

Su origen se remonta al 17 de julio de 1883, cuando nació en Zabludova, Rusia, el judío Lazare Kaplan, hijo de Rachel y Simón Kaplan, tercera generación de una familia de joyeros.

No pasemos por alto los nombres de sus padres: Rachel y Simón, más judíos no los hay.

Sintetizando, o esforzándome por hacerlo, la vida de Lazare Kaplan fue una sucesión de comienzos y retrocesos, ilusiones y desilusiones, mudanzas, promesas y frustraciones, ligadas a Rusia, Bélgica, Nueva York y Ponce, Puerto Rico, donde encontró la mano diestra que buscaba para asegurar la calidad de su producto.

En Ponce, permaneció desde el 1917 hasta el 1980. Todo ello, en el marco de dos Guerras Mundiales, la persecución y el repudio, tanto por Hitler como por Henry Ford I, mostrando Kaplan una persistencia y tesón admirables.

Su larga vida de 102 años de pros y contras, culminó, en definitiva, con un rotundo éxito, gracias a que amasó una cuantiosa fortuna. Esta, como casi todas las de su especie, no llegó ni siquiera en una razonable proporción hasta sus abnegados trabajadores del corte y el pulido, aunque ciertamente les proveyó “un salario decente”.

Sé de una sola excepción: la de un hijo y hermano de amigos míos, a quien no conozco personalmente, quien entrenado y diestro gracias a ese taller de su ciudad, se mudó a Sudáfrica, tras las minas de diamantes y, como Kaplan, este ponceño también levantó un gran capital.

Durante mis primeros 23 años en Ponce, de 1957 a 1980 cuando el taller se trasladó a Caguas, la llamada “Fábrica de Diamantes” era, como el mismo prestigioso mineral con el que trabajaban, algo deslumbrante, único hasta aquel momento, en un Puerto Rico fundamentalmente agrario y campesino.

Precisamente campesina -en las márgenes del riachuelo arisco, llamado “Descalabrado”- es la cuna de uno de los boricuas que trabajó por más tiempo con los Kaplan, ya que entró como aprendiz, trabajó con ellos en Ponce y en Nueva York, y llegó a ser el director de este taller ponceño de Leo y Lazare Kaplan.

Durante su estancia en Nueva York, nació en esa ciudad, en el año 1940, su hijo, el maestro Rubén Colón Tarrats. Se trata de don Isaac Colón Tarrats, padre de este distinguido músico ponceño, ahora jubilado y exdirector de coros y bandas que incluyen la prestigiosa Banda Municipal de Ponce.

Después que se graduó de la Ponce High, ya en la década de los años 40, también ingresó al taller en Ponce y en Nueva York el hijo mayor de don Isaac, Gerardo, hermano del maestro Colón Tarrats y del doctor Nelson I. Colón Tarrats, presidente desde el año 2000 de la Fundación Comunitaria de Puerto Rico.

Salta a la vista que es una familia talentosa, hacendosa y exitosa.

Rubencito, abogado y líder empresarial, nieto de don Isaac e hijo de Rubén, quien ha dedicado buena parte de su tiempo a investigar la historia de su familia, nos aporta esta valiosa información:

“Lazare Kaplan ganó fama internacional en el año 1936, cuando exitosamente logró el corte del diamante de 726 quilates conocido como el Jonker, el que fue encontrado en la Mina Elandsfontein, en Sudáfrica, por Johanes Jacobus Jonker, el 17 de enero de 1934” (Ya el taller llevaba 17 años en Ponce, añado yo).

“Con 726 quilates”, continúa Rubencito, “en ese momento era el cuarto diamante sin cortar más grande jamás encontrado”.

Se cortó en el taller de Kaplan en Nueva York, donde en distintos momentos, de ida y vuelta, trabajaron don Isaac y su hijo Gerardo.

En el año 1947-48, se desató un fuego de tal magnitud en este taller que lo consumió totalmente, como consecuencia, sobre todo, de los químicos para el proceso de pulido, almacenados en el local.

Se trasladó la operación a la calle Castillo, en lo que se edificó el nuevo edificio en el mismo lugar, que es el que todavía existe y hoy alberga a una Iglesia Pentecostal.

En el año 1980, los Kaplan decidieron trasladar el taller a Caguas. Todas y todos los consultados con relación a las causas del traslado me contestaron -con la misma frase escueta- “por razones económicas”, sin más.

Rebusco en mi memoria de ponceño legalmente adoptado y de 63 años de residencia en la ciudad y recuerdo otro desmantelamiento paulatino, a partir del año 1976, y el cierre definitivo en el año 1982, de la CORCO, y me duelo recordando la debacle económica y emocional que aquel fenómeno causó en la región y en la ciudad.

Solo los que vivíamos aquí para aquel angustioso momento lo podemos sentir y narrar en toda su dimensión.

Pusimos “todos los huevos en aquella única canasta económica”, se cayó al suelo la canasta, y nos quedamos en la inopia.

Aquella debacle fue la que estimuló a un hijo de la ciudad a intervenir y provocar cambios. Siempre la quiso mucho, aunque se tuvo que ir de ella temprano por motivo de estudios y de tempranos compromisos gubernamentales.

Este, todavía joven político entonces, estaba en su tercer término en la gobernación del país, del 1980 al 1984.

Rafael Hernández Colón -siendo a la sazón alcalde de Ponce Jossito Dapena, un adversario político y amigo suyo de infancia, quien también amaba a esta

ciudad- promovió desde la gobernación la legislación y los convenios entre el Gobierno Municipal y las agencias del Gobierno Central, que en su conjunto pasaron a llamarse El Plan Ponce En Marcha .

Era una especie de Plan Marshall, post Segunda Guerra Mundial, para ayudar a Europa a reponerse de la devastación que causó la conflagración. En este caso, fue para la restauración y desarrollo de la compungida ciudad que vio nacer a ambos.

Después asumió la responsabilidad de alcalde de Ponce, Rafael “Churumba” Cordero Santiago, héroe para la inmensa mayoría de los ponceños y para muchos miles de puertorriqueños, aquí y en la diáspora, sin que obste o sea impedimento para ello el partidismo político de cada uno de los que lo admiramos.

Trabajando estaba en su despacho municipal cuando lo sorprendió la causa de su muerte.

No es osado pensar que entre todas las empresas y los seres humanos que forzadamente se tuvieron que ir de Ponce y hasta de Puerto Rico, todos por las mismas razones económicas, estuvo lo que aquí se llamaba “La Fábrica De Diamantes”, la que además de unas plazas de trabajo y aprendizaje de un oficio bien especializado y remunerado, nos daba aún más prominencia como comunidad.

En la medida en que le daban lustre al diamante, igualmente se lo daban a nuestra querida ciudad.

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