La plaza con tres nombres a la que hurtaron su encanto

2022-07-31 11:17:29 By : Ms. Katherine Zhu

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Era preciosa, pero la plazoleta de Marqués de Heredia, de Conde Ofalia o “de los Burros” se ha convertido en un comedor colectivo al aire libre

La plaza con tres nombres a la que hurtaron su encanto / D.A.

José Manuel Bretones Almería, 17 Julio, 2022 - 07:00h

En Almería capital hay una plaza con tres nombres. Bueno, con dos nombres y un mote. “La de los Burros”; apodo que recibió la del Marqués de Heredia desde que el Ayuntamiento autorizó en su calzada una parada de 24 coches de caballos. La presencia de los equinos derivó en la denominación popular, aunque en verdad jamás hubo burros y sí percherones con ejércitos de moscas que revoloteaban por sus repugnantes y enredadas colas. Aquel lugar –llamado “del Teatro” y “del Correo” a finales del siglo XIX y de “La Muralla” mucho antes- también se identifica desde el 25 de enero de 1901 como “de Conde Ofalia” que, caprichos, es el mismo personaje histórico que el referido marqués: Narciso Heredia y Begines de los Ríos, ciudadano que vivió en la capital, consiguió que fuésemos provincia y llegó a ministro.

Al ser tan céntrica, la plaza siempre se ha distinguido por ser un lugar bullicioso, con algarabía infantil, de trasiego de gentes que iban, venían y volvían a irse. También lo era de parada al fresco, de descanso bajo los inmensos olmos del primitivo huerto de los frailes y de desahogo en aquellos bancos semicirculares con losetas sevillanas. Mantenía el encanto de otras muchas plazuelas de la ciudad donde, en un ambiente fresco y acogedor, era posible charlar a la sombrica, observar el salto de los gorriones entre las rejas de hierro de los jardines y escuchar el agudo y chirriante trino de las golondrinas en los amaneceres de la primavera y en los prolongados atardeceres del verano. En aquel rectángulo de paz con una pequeña fuente de la que emanaba agua había naranjos, frondosas palmeras con frutos de oro amarillo, algún que otro algarrobo, una yuca y, sobre todo, enredaderas perennes con un agradable aroma cuando brotaban flores en sus largos brazos verdes.

Desde el siglo XIX, en esa maravillosa glorieta residieron destacados almerienses del mundo cultural, social y de los negocios. En 1874 estaba allí la oficina de recaudación de impuestos del Banco de España, regida por Juan Fernandez Corredor, propietario de una gran casa que daba al Paseo y cuya entrada secundaria era por la glorieta. También abrieron comercios de prestigio que atraían a vecinos de barrios y pueblos cercanos. Dos que marcaron época fueron la “Bodega el Uno y el Dos” y el “Hotel La Central” hospedería que en 1912 cobraba tres pesetas por una habitación de lujo con balcones a la calle y donde médicos de otras provincias pasaban consulta durante varios días. Luego apareció el “Hotel Continental”, de Manuel Maldonado, en una espléndida vivienda construida por Enrique López Rull en 1906.

La familia Laynez Leal de Ibarra, con sus cinco hijos, vivía en el número 32; en 1904, José Cantón abrió en el número 7 un afamado almacén de harinas y cereales; estaba la perfumería y droguería Palenzuela, el agente naviero Federico Estrella Alcaraz, la tienda de comestibles de Luis Morales Navarro – que en 1961 se asoció a “Spar”- o en 1935 la redacción del diario republicano “La Voz”. Perfecto Alcaide Giménez (1900-1992) ofrecía, como hizo antes su padre en “La Flor de la Mancha”, chatos de vino y bocadillos de anchoas; T. Campana fabricaba gaseosas y aguas de seltz en el 22, muy cerca de la panificadora de José Martínez Zea, cuyo horno diseminaba su aroma a bollos recién hechos por las calles del entorno. 

Plaza Marqués de Heredia en 1950 / L. Roisín (Almería)

En la Guerra Civil, un proyectil destrozó una de las viviendas. Al concluir, los negocios se reconvirtieron con créditos y ayudas sociales. Abrió “Carbones Brar”, “Pavimentos Vypsa” o “Destilerías Nike”; Francisco Torres Oliveros rediseñó su farmacia, Cristóbal Peregrín Caparrós potenció su oficina de exportación de almendras y esparto, el linotipista Amadeo Puig Reventós trabajaba sin descanso con el plomo fundido para las imprentas, Victoriano Gorostegui Terán (1898-1993) distribuía el “Sintasol” y el gestor administrativo Francisco Muñoz Rodríguez ideó una gestoría al quedarse con la representación de los seguros “Omnia”. En la esquina de Trajano estuvo durante medio siglo y hasta 2007 la administración de lotería “Nuestra Señora del Mar”, de Inocencia García Esteban y su encargado Juan Pedro León Tamayo. Se encontraba a tiro de piedra del “Colón”, uno de los pocos bares con camareros profesionales y donde aún se saborean los auténticos “sherigans”.

En la plaza ha habido múltiples negocios: la droguería “Puerta del Sol”, peluquerías, tiendas de ropa, pubs, copisterías, la sede de la Cámara de Comercio, incluso este periódico montó allí su redacción central. Residir o trabajar en aquel lugar era un deleite y poco a poco las viviendas se fueron llenando de abogados, jueces, dentistas, procuradores, militares de alta graduación, empresarios de la minería y exportadores agrícolas... La gente con posibles quería residir allí porque era como vivir en el Paseo, pero con el sosiego que transmitía la vegetación de los jardines.

Plaza Marqués de Heredia en febrero de 2020

Un tesoro convertido en botín

Pero el martes, 9 de febrero de 2009 todo cambió. Esa mañana aparecieron por la calle Lachambre unos inmensos monstruos mecánicos dispuestos a convertirla en historia; a hurtarle su encanto. A convertir el tesoro de todos en botín de unos pocos. Rompieron los bancos, destrozaron los jardines, derribaron las pérgolas, levantaron el suelo.... Luego llegaron los de la sierra mecánica. Con una estremecedora sonrisa maliciosa comenzaron a podar las ramas, a talar sin piedad los enormes troncos de aquellos árboles centenarios y a desmochar las palmeras una a una antes de serrarlas sin piedad. Cuando los vecinos comprobaron el desaguisado ecológico montaron en cólera; su queja sirvió al menos para indultar a un par de olmos y una yuca, donde allí siguen huérfanos y ahogados por el césped artificial que sepulta sus raíces. Y más allá, unos rectángulos en el suelo, con maleza de mentira donde cagan los perros y se revuelcan los niños, evocan las tumbas de soldados desconocidos. Del bello indalo de monolito que marcaba una de las antiguas puertas de la ciudad, nada se sabe: alguien lo desmontó y lucirá en el chalé de los olvidos, junto a los cañones de la Plaza Vieja.

De aquella plazoleta entrañable y fresquita nada quedó. La modernidad y el millón de euros que derrochó el Ayuntamiento trajeron hormigón, bloques cuadrados de cemento, maderas podridas en el suelo, un trocico de tierra junto al derruido kiosco, donde plantan cuatro flores que tronchan a los dos días, unas fuentecillas y un puñado de ficus. Eso sí, se ha ganado espacio libre para la hostelería. En lugar de hojas y ramas verdes hay toldos de lona y los quitasoles de tela publicitaria han sustituido a las buganvillas de colores. Ahora, si quieres sombra debes pasar por caja.

Desde las siete de la mañana hasta bien entrada la madrugada aquel edén perdido se convierte en un gran comedor comunitario al aire libre, con hasta 72 mesas y 288 sillas. Será legal, pero apenas queda espacio para caminar. Ya no se oyen los pajarillos, sino el rastrear de los asientos de plástico, los golpetazos en el suelo de las mesas donde luego comen los clientes y el estruendo de los pies de las sombrillas movidas con el ímpetu de la mala leche. Por lo que fue un vergel bucólico hoy revolotea un ejército hambriento de palomas asquerosas que picotea en los platos donde quedan los desperdicios de las tostadas mordisqueadas. Sí; hablamos, mejor que nunca, de la plaza de los burros. Con minúscula.

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