Ana Barriga: "Los artistas somos como unos cazadores de Pokémon" | El Estímulo

2022-08-22 00:12:39 By : Mr. Edgar Zhou

Su obra, colorida, mestiza, expresiva, callejera, lúdica, ha recorrido el mundo. Y ahora la artista española Ana Barriga pasa unos días en Caracas explorando y exponiendo en la galería Cerquone y "flipando" con la energía de la ciudad

“Siento mucho que yo sea la representación que van a tener de una persona de allí”, responde Ana Barriga entre risas ante el comentario de que es un personaje andaluz: “Por ese lado, pido disculpas”. La artista plástica española – nacida en 1984 en Jerez de la Frontera, una ciudad cercana a Cádiz– no logra sacudirse el duende que la empapa cuando habla con picardía, ch convertidas en sh y palabras gitanas. Su look es quizás más apto para una metrópolis californiana de un futuro cyberpunk: lleva una pollina a lo Blade Runner, mechones turquesas (o “azul fantasía”, como dice ella), se maquilla como Elizabeth Taylor convertida en Cleopatra y viste con chaquetas y pantalones de estampados coloridos, figuras estrambóticas y llamas de fuego.

Nombrada entre las doce mujeres más influyentes del mundo del arte en España, ahora reside en Londres, donde el County Hall compró Laki Kat –su enorme escultura de un sonriente gato de la suerte japonés que sostiene una flor y de cuyo vientre salen tréboles, elefanticos amarillos y sirenas. ¡Y sí que le ha traído suerte! Porque le han encomendado un jardín de esculturas frente al London Eye, la rueda de la fortuna de la capital británica, quizás para captar el ojo de reinas y miembros del parlamento.

Imaginarse el jardín de esculturas es un ejercicio de escalas: su obra consiste en encontrar objetos pequeños, muñequitos y estatuillas, en casas o mercados de pulgas que luego deconstruye –o crece en escala– para pintarlos en cuadros de gran tamaño que vacilan entre el hiperrealismo fotográfico y los murales callejeros. Así, Ana Barriga crea – fusionando spray con cera, oleo y un sinfín de materiales y técnicas– un mundo de muñecas de porcelanas, figurillas asiáticas, máscaras étnicas y animales de juguete que relucen contra fondos de colores neón salpicados por ojos y rayones de graffiti.

La obra de Barriga, graduada de la Universidad de Sevilla, no solo ha enamorado al Reino Unido. Ya ha dado la vuelta al mundo, con exposiciones en Sevilla, Suiza, Hong Kong, Shanghái, Hamburgo, México, Dubái y Nueva York, donde hizo una residencia el año pasado en la PADRE Gallery. La nueva adición a su currículo es Caracas, donde está haciendo una residencia en la Cerquone Gallery de La Castellana: una acogedora quinta de 1946 en la que el arte contemporáneo se fusiona con sus árboles de mango y su encanto de arquitectura posgomecista. Por ello, con su personalidad extrovertida y jocosa –“lo siento, ¿Qué hago? Esto no va a mejor”– se ha integrado en un parpadeo a Caracas, capital de la octava isla canaria.

-Primero carpintera, después artista: ¿Cómo llegaste a ese camino en el arte?

-Imagínate que con 15 años te dicen: ¿a qué coño quieres dedicar el resto de tu vida? Si te pasa como a mí, no tienes ni idea. Hay un porcentaje muy alto de trabajos que no conoces. Y si no los conoces, no los puedes elegir. Es lo que me pasó con el arte: que no tenía ni puñetera idea de que eso existía o de que alguien podía dedicarse a eso. Tenía para elegir bachillerato tecnológico o bachillerato de letras o el bachillerato de arte, pero eso era algo impensable por el contexto en el que yo había nacido. Yo tenía mas probabilidades de dedicarme a la prostitución o a vender drogas que a acabar dedicándome al arte, y no por mis padres que son unas personas súper creativas, que a la vista está porque todo eso al final sale.

Yo entré primero en bachillerato tecnológico y ahí estuve un año y aprobé ese año y me quité amargadísima. Después hice el de letras y me pasó lo mismo. Y le dije a mis padres: “Oye, yo me quiero quitar de aquí, han tenido cuatro hijas y una va a salir más distraída de la cuenta”. Y mis padres me dijeron: “Vale, si no quieres estudiar, pues a trabajar”. Me ayudaron a buscar un trabajo que era en un bar donde ponía desayuno. Estaba metida en un cuarto de dos metros, poniendo tostadas y rayando tomates. Un día el jefe que tenía yo ahí me dijo: “Ana, tú tienes algo, tú tienes que estudiar arte”. Yo decía: “Este tío está loco, ¿Qué estudie arte? ¿Pa’ qué? ¿Cómo le digo a mis padres que después de haberme quitado de dos cursos me voy a meter ahora a estudiar arte?”, “¿Para qué? ¿Eso con que finalidad?” El tipo me dio mucha caló [insistió muchísimo].

-¿Caló? ¿Eso no es algo gitano? Lo dicen en alguna canción de Mecano…

-¡Claro! (risas) Tengo un lenguaje súper gitano, es que Jerez es muy castizo. Pues el tipo llegó un momento y me dijo: “Ana, yo te he inscrito. Ve a hacer el examen. Si lo apruebas, yo te pongo el horario pa’ que puedas trabajar en la mañana o en la tarde y no tengas que dejar de estudiar y no tengas que dejar de trabajar”. Pues yo hice el examen para entrar en ebanistería. Pensaba que no lo iba a aprobar pero me resultó bastante fácil. Cuando lo aprobé, pues el jefe cumplió su palabra y me puso el trabajo por la mañana y yo estudiaba por la tarde. Cuando entré en ebanistería me di cuenta de que yo no estaba tan distraída sino que estaba en el camino erróneo. Se me daba bien, era fácil. Era como muy sencillo realizar las cosas, cuando me explicaban algo lo pillaba bien, era creativa con los diseños que hacía y toda la escuela de arte estaba loca conmigo: en plan si hacia algo, le tomaban una foto y lo ponían en poster, en la puerta: “esto es lo que ha hecho esta niña”, me llamaban a explicar las cosas que estaba haciendo en otras clases.

Termino esos dos años de la escuela de arte y había una práctica. La hice con gente de carpintería que había en mi clase y en decidieron quedarse conmigo. Empecé a trabajar en una carpintería donde tenía siete hermanos de jefe: era una carpintería familiar y yo era la única niña. En aquel momento no había inclusión social, en plan la mujer metida en un trabajo de ese tipo. Yo estaba con diecisiete años trabajando en una obra, poniendo puertas, pasamanos, armarios empotrados y siendo como la más vigilada de toda la obra porque ahí todo el mundo sabía quién era yo. Estuve trabajando con ellos año y medio, aprendí muchísimo y después me quedé con el gusanito así de “hostia, yo quiero seguir estudiando, esto me gusta, el diseño de muebles”. Me enteré de que había otro curso en Cádiz, de grado superior y tenía que hacer otro examen. Le dije a mis padres un día que me iba a la playa y me fui e hice el examen…

Lo aprobé también y le dije a mis padres: “Oye, voy a dejar el trabajo y me voy a Cádiz pa’ estudiar”. Mis padres en aquel momento me decían “Oye, ¿cómo vas a dejar el trabajo?”. Porque nosotros venimos de familia humilde trabajadora, entonces tu estudiabas para tener un trabajo. Cuando ya lo tenías, como lo tenía yo, ¿para qué vas a seguir estudiando? No se entendía. Aun así, ellos siempre han respetado mis decisiones y el problema que tenían ellos era que económicamente no me podían ayudar: “Si quieres hacerlo, hazlo. Pero te vas a tener que buscar tú la vida”. Y efectivamente, con 18 años me fui de la casa y ya no he vuelto. Estuve trabajando para poder pagarme el piso de alquiler y los estudios.

Estaba súper agobiada porque vivía al día. Para malvivir, realmente malvivía. Yo me llevaba muy bien con los profesores y la gente de mi clase, y una profesora me dice: “Ana, ha quedado una vacante de profesora de pintura en un centro de jubilados en San Fernando, ¿Tú pintas?”. Y yo le digo “Sí, sí, claro que pinto”. Yo nunca había pintado en mi vida. ¡Pero nunca! Ese fue mi primer contacto con la pintura. Con 18 años le dije a esta gente que sí sabía pintar, ellos se lo creyeron y yo estaba dando clases de pintura a jubilados. No toqué un pincel en todo el año, lo que hacía era leerme libros de Van Gogh, de Picasso y de Matisse, que era la gente que conocía, y con dos cojones, le explicaba la teoría del color a esta gente.

Me encantaría mirar atrás y tener una camarita y ver qué coño explicaba yo, porque me preguntan al día de hoy qué es la teoría del color y no puedo explicártela. Las cuatro cosas que he leído y ya. La cosa es que el año siguiente se duplicaron los alumnos. La gente venía a mi clase. Era como: ¡están locos! Yo en ese tiempo daba clases para pagarme los estudios y ya. Terminé diseño de muebles. Después hice otro modulo de arquitectura efímera. Y luego dije: voy a entrar a la universidad.

Cuando entré a la universidad tenía una asignatura que me obligaba a comprar materiales de pintura y me obligaba a pintar. Y en el momento que yo puse el color en el soporte fue como: “¡Hostia! ¿Esto qué coño es?” y caí en un agujero maravilloso y empecé a disfrutar la pintura.

-Dices que sin el arte hubieses terminado en la prostitución o las drogas, pero al mismo tiempo has dicho en otras entrevistas “si te crías feliz y con amor, pintas como quieres”. Entonces, tuviste también una infancia feliz y con amor.

-¡Totalmente! El entorno familiar que yo he tenido ha sido y es inmejorable. Nosotros éramos una familia humilde, sencilla, trabajadora, pero imagínate el contexto de mis padres: tener cuatro hijas y criarnos como nos han criado, como cuatro salvajes. Somos cuatro mujeres independientes en todos los sentidos. Siempre nos han enseñado a eso: no te cases para que un marido te mantenga, no tengas hijos si no quieres… siempre nos han respetado en todo y siempre nos han animado a creer en nosotras mismas y eso es guapísimo. ¿Pero qué pasa? El contexto de Jerez en esa época, o de Cuartillos que es donde yo nací… uno de los vecinos más cercanos era el que vendía la droga a todo Cádiz. En plan que, en unas navidades, en un pueblo de mil habitantes que no hay ni calles sino carriles, aquello parecía un Corte Inglés de coches. Todo el mundo para pillar. O estabas en una barbacoa con tus primos y escuchabas un sonido al que no estabas acostumbrado y era que estaban teniendo un ajuste de cuentas en la calle, se estaban pegando tiros. El contexto era salvaje, eso ha cambiado mucho. Ha sido duro.

En el instituto donde yo estuve nos metieron a todos los de los pueblos. Imagínate lo que había allí, la gente con las navajas… El primer año había una malla de alambre que recubría el instituto, y al año ya había unos muros que casi no veíamos el sol porque la malla esa la habían reventado en dos meses. Ya no distinguías el patio del colegio de la plaza, estaba todo reventado.

-Has dicho que en tu arte te gusta canalizar cosas que te inquietan.

-Claro, son cosas que me inquietan o que me han pasado. Aunque últimamente dudo ya si lo que pinto es algo que me ha pasado o me he inventado, o tiene que pasar o es pasado. Ya no entiendo esa misma cosa. Lo que sí entiendo, que está ahí potente, es que mi arte es una cuestión distinta de actitud: una manera, una forma de estar y ser en el mundo. Es instinto y actitud.

-Hablando de actitud: algo que caracteriza mucho a tu obra es la mezcla de oleo con spray. Pero eso es como un choque frenético entre el high art del oleo y el spray callejero.

-¡Claro! Por como vengo yo (risas). Te sientas a comer con el no sé quién de no sé cuénto y después estás tirado en la adolescencia fumando porro y bebiendo litro [cervezas] en la calle. Esa cosa de mezcla de oleo, esmalte, rotulador, spray, la cera… todo eso viene del bendito desconocimiento. El absoluto desconocimiento de venir y decir: ah, pues voy a pintar con esto, ah pues voy a mezclar con aquello. Empiezas ahí a mezclar hasta que llegas al punto que he llegado ahora que no he aprendido, pero ya por lo menos no se me caen los cuadros a pedazos. Porque el esmalte es muy guay, pero lo pones en la proporción incorrecta y se te despelleja el cuadro como un lagarto.

-Mezclas elementos –esmalte, oleo, spray– pero también replicas en tu obra objetos, periquitos y cositas que ves. ¿Hay algún mensaje en ella sobre la sociedad de consumo o el kitsch? Tu obra es como si cayese una bomba nuclear en Florida y uno sale y consigue todas las baratijas que hay en Estados Unidos, multicolores, tiradas, volteadas ahí de cabeza…

-Como mi carrera se ha construido de una forma intuitiva, hay cosas que he ido empezando a trabajar y hasta que no ha pasado cierto tiempo no he sido capaz de ir analizando lo que estaba aconteciendo. Igual ahora digo una cosa y en diez años diré otra. Hace falta distancia para analizar todo esto. Yo no empecé a utilizar los objetos con esa idea, pero evidentemente está. Es un research de lo que la sociedad desecha en cada momento, porque no es lo mismo los objetos que yo compraba hace cinco años, que los que estoy comprando este año. Y yo sigo en plan de cazadora, yendo por mercadillos de segunda mano, porque me interesan muchísimo las ciudades y la cultura de esas ciudades a través de las muchedumbres, a través de las cosas que se han desechado. Es como otro lado del diamante para conocer cómo ha fluido este país.

-¿Aquí en Caracas te has metido a buscar artefactos de segunda mano?

-Sí claro, lo que pasa es que esta gente (los galeristas) me tienen amarradita (risas), no me han metido en rastros así salvajotes que es lo que estoy buscando. El otro día pasamos por el centro y había gente que se estaba pelando en la calle. Tampoco era tan salvaje, yo lo he visto en otros países. Todavía no he visto esas cosas de las que hablan…

-Es que es una sociedad con mucha desconfianza y mucho trauma

-Ya, pero ¿qué te puede pasar? ¿Que te roben el teléfono? Tampoco es tan grave.

-En tu obra hablamos de baratijas, de desechables, de objetos de casa, de mercados de segunda mano. Pero se siente cierta influencia de la cultura pop japonesa, del anime. ¡Hasta tus tatuajes!

-Sí que lo hay, pero yo no veo anime. No es una cosa que “ay, esto me encanta”. Insisto, es como de intuición. Ya con el tiempo sé que es el anime. pero porque la gente me lo ha ido diciendo. Pero la cultura que tengo yo es como si me hubiesen lanzado desde lejos. Me ha caído lo que me ha caído.

-¿No eres fan de Pokémon? Porque lo has mencionado antes…

-Yo de hecho Pokémon la vi hace un mes. Sabía que existía, siempre digo que somos como unos cazadores de Pokémon, los artistas. Porque estás en medio de la carretera, con el peligro de que te coja un autobús, y estás viendo a tu Pokémon y te da igual que venga un autobús y te coja. Así es como expreso y veo mi trabajo en el estudio: estoy yo ahí pensando que realmente he descubierto algo en la pintura y es que da igual que se caiga todo lo de al lado, estás ahí buscando tu Pokémon y no importa lo que esté pasando ¡Es muy fuerte!

-Siempre algo que dicen de ti es que…

-¡Es que soy guapa! (carcajadas)…

-Aparte de que eres guapa: que tus obras se venden como pan caliente en Nueva York, en Sevilla. A veces, incluso antes de abrir la exposición: en Sevilla en cuestión de horas, en Nueva York en dos días. ¿Cómo te ha ido con las audiencias caraqueñas?

-Habrá que ver como va la expo. Pero todo apunta que la tirada pa’ bingo es buena. Habrá que esperar terminar la partida.

-Ya tú eres caraqueña: te bautizó la plaga que te ha comido. Tu sangre europea les parece un sabor exótico a los mosquitos.

-¡Hubo un momento que pensé que iba a necesitar una transfusión! De verdad, ¿Eh? ¡En serio!

-Y sin embargo todos los días subes al Ávila y te has hecho amiga de la gente que sube

-¡Casi todos los días me bajo con un señor mayor diferente o alguna familia! La primera vez que subí hubo un tipo que me dijo que que ojos más bonitos tenía y me entró como nervios. Pero claro, nosotros en España no estamos acostumbrados ya a que alguien te diga que hay algo de ti que le gusta. Tiene que haber confianza para eso. ¡Caracas es maravillosa! Todo es como muy fluido (chasquea los dedos). Te saluda la gente, es muy simpática, hay como un buen rollo.

Cada vez que viajo a un país nuevo encuentro un montón de dificultades. Una de las cosas que puede hacer que tu estancia sea más fluida o menos, es la gente que te encuentras. Cuando llegué a Nueva York la primera semana dije: “¡Hostia, yo no aguanto la puta jungla esta!” Realmente Nueva York me parece una ciudad súper cruda. Y Caracas también me parece una ciudad cruda por todo lo que habéis pasado y estáis pasando. Pero hay un contrapeso, que es que la gente tiene una energía que flipa. Y además hay unas ganas de hacer y de hacer bien, que eso se nota y se agradece. ¡Y también el amor por el arte que hay aquí! Eso me llama mucho la atención de todos los países donde he estado: aquí hay un amor por la cultura que es increíble. A todo el mundo le gusta el arte, en cualquier tipo de lenguaje que estemos hablando, ¿No? Eso dice mucho de un país y también de la gente: porque el que tu necesites o creas que el arte es algo necesario para vivir, evidentemente hay una sensibilidad social y humana que flipa.

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